domingo, 7 de marzo de 2010

Buscando un sentido a la vida

El mundo ya funciona, no parecen necesarias nuevas ideas que aporten soluciones para todo aquello que millones de mentes pensantes no han sido capaces de solucionar tras siglos de dedicación.
La historia de la humanidad, que no es otra cosa que la suma de las historias personales de cada uno de nosotros, y de cada uno de nuestros antepasados, es un proceso que avanza, queramos o no, hacia un lugar que desconocemos. Lo que no se ha hecho nunca es algo nuevo, y, por más que pongamos la mejor intención, no sabemos que efectos podría tener. Por eso la historia no avanza siempre hacia mejor, a veces retrocede, para dejar a continentes enteros sumidos en periodos de sombras, a pesar de que en el pasado vivieron una era de luz.
Para que los habitantes del primer mundo, en el año 2010, podamos disfrutar de todo lo bueno que tenemos (un sistema democrático, un estado del bienestar, unos servicios públicos aceptables, puestos de trabajo cómodos, un bienestar material muy superior al que disfrutaba cualquier rey de hace 300 o 400 años...) ha sido necesario que muchos se esforzaran, lucharan por sacar adelante a sus familias, murieran por defender una idea en la que creían y padecieran todo tipo de privaciones y penurias, gracias a las que ha podido construirse este "paraíso" en el que ahora habitamos.
Nosotros, generación de borregos malcriados, que tenemos más de lo que tuvo cualquier generación anterior y vivimos una vida de infelicidad, centrada casi por completo en aquello de lo que carecemos, parece que hemos olvidado lo que costó construir nuestro agradable mundo.
Hablamos de paz, igualdad de oportunidades, justicia, y no tenemos ni idea de lo que eso significa, comparado con lo que ocurrió en otras épocas y en otros contextos históricos.
Y, sinceramente, no hace falta ser un profeta para pronosticar que esta actitud de desprecio a lo bueno que construyeron nuestros antepasados con su esforzado sacrificio, es el síntoma que precedió a los grandes declives que se han producido en la evolución histórica.
Si no cambiamos nuestra actitud, la sociedad actual se dirige hacia un nuevo descalabro, que provocará la pérdida de mucho de lo bueno que tenemos y que no valoramos.
Nuestros descendientes hablarán de nosotros como se habla de una generación de borregos estúpidos, que ha aportado poco o nada a la historia de la especie, tal y como hablamos nosotros de aquellos que provocaron el declive Imperio Romano, los que mantuvieron la Edad Media durante mil años en Europa, los que permitieron el declive del imperio Bizantino mientras se enzarzaban en acaloradas discusiones sobre el sexo de los ángeles y todas las otras generaciones que, teniendo un sistema que podría haber provocado un desarrollo sin precedentes en el mundo, perdieron el norte y se dirigieron hacia un declive que condujo hacia hacia la miseria a las generaciones futuras.
En el mundo actual hay muchas cosas buenas: avances técnicos, un sistema de gobierno democrático, sólidos acuerdos de paz entre los principales gobiernos del mundo, educación y cultura al alcance de la mayoría, una conciencia social que admira la paz y la igualdad y detesta la corrupción y la búsqueda de poder... Todo eso es positivo. Son ladrillos con los que podría construirse un bonito edificio. Pero carecemos de algo fundamental para construir ese edificio, del cemento que una esos ladrillos, porque nuestra sociedad no da un sentido correcto a la vida.
No sabemos lo que somos, ni para que estamos aquí, ni que deberíamos hacer para sentir esa sensación de felicidad y plenitud que no nos proporcionan los logros materiales que obtenemos.
Y eso es lo que debería tratar de aportar un mensaje revolucionario actual, una respuesta, y una solución a todo lo que falla en nuestro decadente mundo.


Pero no debería ser una explicación mística carente de lógica, ni debería basarse en un mensaje escrito en pergaminos encontrados en una cueva cerca del Mar Muerto, ni en una tablilla hallada en un templo Tibetano, ni en el interior de una cámara secreta bajo las pirámides de Egipto. No debería ser un mensaje del mundo antiguo, porque si el mundo antiguo hubiese tenido este mensaje nunca habría entrado en decadencia. Deberíamos, eso sí, olvidar antes todo lo que sabemos, para alcanzar un estado mental que haga posible la generación de las ideas adecuadas. Dentro de nosotros están todas las respuestas, simplemente hay que encontrar un camino para hallarlas.
Pero es un tema complicado, porque la mayoría de nosotros no estamos preparados para recibirlas.

Aunque alguien tuviese un mensaje coherente para construir un mundo mejor, sería difícil transmitirlo sin que los otros pensasen que había perdido la cabeza.
¿Cómo lo haría Jesús, o Mahoma, o Moisés, o Buda, o Lutero, o Calvino, o Confuncio, o Zoroastro, o Abraham en nuestros días? Sus mensajes aportaron mucho en su momento, pero hoy sus respuestas ya no sirven, porque el mundo está preparado para respuestas más actuales, adaptadas a los conocimientos que tenemos.
El mensaje que podría unir a los hombres de buena voluntad de todo el mundo hacia un camino de esperanza y progreso debe ser un mensaje tan irrefutable como lo fue en su momento cualquiera de los que predicaron los grandes profetas del pasado. Pero no debemos olvidar que hoy, la ciencia ha dado respuestas que antes no se conocían, y eso debería acercarnos un poco más a aquello que nos ha creado, en vez de alejarnos, como parece que hace.
¿Cómo se podría decir algo que pudiese convencer a un grupo de personas desquiciadas ante los inminentes problemas que llenan sus vidas? Con la mayóría de la población desquiciada ante la posibilidad de perder el trabajo que consume sus vidas, de no poder pagar su hipoteca, de no poder ir de vacaciones a Cancún el verano que viene, de no poder comprar un coche mejor que el de su vecino..., es complicado sembrar una mensaje en esos cerebros lavados que sólo hacen caso de aquello que aparece en las pantallas de sus televisores. Comulgan con ruedas de molino cada día, pero no comulgarán con otra verdad hasta que vean por televisión que la nueva verdad es esa y no aquella en la que creen ahora.

sábado, 6 de marzo de 2010

Presentación

Dentro de cada uno de nosotros hay una inteligencia notablemente superior a la nuestra.
Nuestra mente, o, mejor dicho, la parte de nuestra mente que controlamos, apenas es capaz de pensar en más de dos o tres cosas a la vez. Podemos conducir, hablar, y rascarnos la nariz al mismo tiempo. El hombre medio, con esas tres labores, estará ocupando la mayor parte de su capacidad mental. Sin embargo, en nuestro interior, algo controla simultáneamente los latidos de nuestro corazón, el ritmo de la respiración, el parpadeo, la producción de jugos gástricos, los movimientos del esófago y del intestino, la secreción de cientos de hormonas, la reacción de nuestro sistema inmunológico... todo de forma simultánea, precisa, increiblemente acertada, sin descansar ni un sólo instante desde que nacemos hasta que morimos.
Hay quien piensa que todo eso son procesos automáticos, que la vida ha surgido de la casualidad, que el azar es quien rige el destino de nuestro mundo... pero no es cierto.
No somos fruto del azar, sino el resultado de un sofisticado proceso de diseño y creación, que persigue un objetivo perfectamente definido.
Buscando respuestas, puede encontrarse una puerta, una vía de comunicación con esa Inteligencia Superior que ha creado el mundo que conocemos. Al principio, las respuestas vendrán despacio, pero, cuanto más tiempo pasa, más claras van siendo las informaciones que se reciben. Buscar conocimiento en nuestro interior, puede ser una de las experiencias más intensas de nuestra vida.
La cantidad de respuestas que pueden recibirse de esa Inteligencia interior es inmensa.